Hace unos meses vi una exposición de un fotógrafo que no conocia y me cautivó: Eugene Atget. Y me cautivó porque Paris es para mi una de las ciudades más bellas del mundo y por la forma en que este artista plasmaba cada rincón de esta ciudad, de una manera tan pura, auténtica y minuciosa.
La verdad es que París es, seguramente, la capital que más ha inspirado a los artistas. Sus calles y rincones han sido (y siguen siendo) escenario de películas, tramas literarias y, en general, de toda clase de obras de arte. Pero nadie como Eugène Atget ha retratado con tanto amor y fidelidad la vida y las calles del viejo París.
Eugene Atget nació el 12 de febrero de 1857 en la ciudad francesa de Libourne. Si bien su instrucción fue escasa, supo compensarla con la lectura y a través de las amistades que a lo largo de su vida fue haciendo con artistas plásticos. Su vocación (o sus ganas, mejor dicho), se inclinó hacia el arte: intentó ser actor y también pintor, con sendos y rotundos fracasos. Pero de algo tenía que ganarse la vida y sabiendo las necesidades que tenían los artistas de imágenes documentales para “inspirar” sus cuadros, adquirió una vieja y arruinada cámara de fuelle para placas 18 x 24 y salió a recorrer las calles de París buscando aquello que le encargaban.
Atget fotografió a lo largo de toda su vida, hasta el último día y, aparentemente, consideraba a su profesión, la de fotógrafo, como vergonzante y que él debía ejercerla por necesidad, para subsistir. Seguramente este pensamiento nace del esfuerzo y la estrechez económica. Debía caminar diariamente por muchas calles para obtener un cliente, realizar las tomas, revelar las placas en el baño de su casa y dejar el tema de las copias para su mujer, quien tenía una salud muy delicada y sufrió de diversas enfermedades prácticamente toda su vida.
Considerado el precursor de la fotografía documental y copiado hasta la saciedad, este precursor de la fotografia moderna entendió siempre su trabajo como un oficio al que se dedicó con gran minuciosidad. Modestamente él nunca consideró que lo que él hacía con su cámara fuese arte. Sin embargo su obra ha protagonizado muchas exposiciones, está en muchos museos estadounidenses e incluso inspiró al movimiento surrealista, influyendo en otros grandes maestros como Man Ray, quien era, por cierto, vecino suyo y fue el primero que lo descubrió, aunque no pudo hacer nada para difundir su trabajo y sus condiciones de artista. Atget siempre le repetía lo mismo: “Son documentos, solamente documentos”.
Estaba, literalmente, harto de toda esta mecánica para ganar apenas cinco francos (una cifra muy pequeña), por cada trabajo. La lista de pintores que le compraban fotos Atget era larguísima. Entre ellos se contaban Derain, Vlaminck, Utrillo y Braque. Pero ninguno apreció el arte del fotógrafo. Para ellos también eran documentos que recreaban con sus paletas. Pero con esto no le alcanzaba para sobrevivir. Entonces amplió el espectro de sus clientes fotografiando pequeños negocios, frentes de edificios e interiores de hogares de gente adinerada.
Sus fotos no profesionales eran el escape a esa aplastante rutina, ya que elegía con entera libertad aquellos temas que lo atraían estéticamente. Atget no tenía medio de locomoción alguno y para visitar a sus clientes caminaba con su pesada cámara a cuestas. Era un peatón muy observador, además de un excelente fotógrafo.
Si bien estos hallazgos fotográficos eran apreciados por muchos de sus amigos, para él no significaban demasiado. Cuando alguien le decía: “¡Qué buena fotografía!”, se limitaba a responder: “Tengo miles como esa”. Es más, cuando le proponían publicar alguna, se negaba a que apareciese su nombre.
Y en poco tiempo descubrió que estaba haciendo un inventario del París de fines del siglo XIX. Fue descubriendo lugares que nada tenían que ver con la actividad profesional que había emprendido. Vendedores ambulantes, rincones perdidos de los distintos barrios, terrazas de cafés y detalles arquitectónicos que poco a poco fue registrando con inteligencia.
Son imágenes en las que se entra en aquel París a través de las aldabas de las puertas, de las elegantes escaleras interiores, de los azulejos y los adoquines de las aceras, de los puestos de verduras y frutas, de las prostitutas apostadas en las puertas de las casas de citas... Fueron veintiocho años de registros de la vida cotidiana de París.
En 1926 falleció su esposa, de la que estaba profundamente enamorado. A partir de entonces ya no le quedó nada que lo aferrase a la vida y podríamos decir que se dejó morir el 4 de agosto de 1927 en Paris. El médico que extendió el certificado de defunción no pudo determinar la causa. Sólo murió.
Ver sus fotos es como viajar a través del tunel del tiempo e imaginarnos a nosotros mismos caminando por esas calles de Paris. Y hoy os dejo aquí algunas fotografias de uno de los grandes nombres de la fotografia, aunque él no se enteró o no quiso enterarse de ello. Espero que disfrutéis la entrada y que disfrutéis de este paseo por el viejo Paris …….